MARAVILLOSO SILENCIO

MARAVILLOSO SILENCIO
Diario  ABC, 10  de Noviembre de 1987   

¿No os ha  acontecido alguna vez, después de haberos alejado buen número de kilómetros de una bulliciosa ciudad, estar de pronto en medio de un campo apartado y solitario? Acaso os habéis tendido voluptuosamente a reposar cara al cielo bajo la copa de un árbol sombroso, viéndoos rodeados  de florecillas que cercan con sus sorprendentes corolas vuestro rostro; un  vientecillo fino y diáfano orea el cuerpo y mueve blandamente la fronda que os cobija, viniéndoos entonces a la memoria la célebre oda de fray Luis de León, en que el poeta elogia la situación "del que huye del  mundanal ruido". 

Aquel gran sensitivo que fue Azorín, escritor de prosa pausada y modos finos, delicados, revela en más de un pasaje de su obra la profunda aversión que sentía hacia las estridencias verbales y los estrépitos; las recias voces, las risotadas de la gente, los golpazos dados cuando se hace la limpieza diaria en los hogares, ponían en  su espíritu un tanto de desasosiego. Por eso, cuando dedica una de sus estampas literarias al Caballero del Verde Gabán, no repara en el epicureísmo que Cervantes pone en la descripción de la vivienda de don Diego de Miranda, donde la comida que ofrecieron a Don Quijote fue, ciertamente, "limpia, abundante y sabrosa", sino en el contento que le produjo al caballero andante "el maravilloso silencio que en toda la casa había". Ambos escritores -Azorín y Cervantes- amaban, anhelaban el silencio: "el silencio sedante, el silencio dulce, el silencio que es compañero de los coloquios interiores del artista".

Es grande la agresión acústica que conllevan los artilugios de la civilización moderna, los ritmos musicales y las costumbres juveniles, predominando el gusto por los sonidos duros de los conjuntos que actúan en los festivales, y no digamos los que emiten  los grupos de rack and roll.  Y lo malo no es que estos sonidos asedien a ciudadano a la vuelta de la esquina, sino que la ocasión en que se producen les alcanzó en todo momento: la hora del trabajo y aun la del descanso reparador, las horas del sueño, en que las discotecas y "pubs" , sin control alguno, lanzan hasta la llegada del alba sus estrepitosas ondas.

Estas interferencias del ruido en la vida humana está ocasionando estragos en la salud y en los comportamientos  afectivos y sociales de las personas; recientemente, en una vieja ciudad española,  cierto vecino de una zona densa en locales de diversión de la gente joven, jaranera y aficionada a la música vertiginosa y excesivamente sonora, harto de recurrir a ediles y vigilantes, amenazaba con incendiar el día menos pensado tales cajas de resonancia.

A todo esto, el bueno de don Miguel de Cervantes y el mesurado Azorín, ¿qué dictarían a su pluma si tuvieran que enjuiciar esta inversión que ahoga en decibelios al dulce, al confortante, al "maravilloso silencio"?.

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Fernando Pérez Marqués