VINITOS DE ESPAÑA

VINITOS DE ESPAÑA
Diario ABC, 9 de Octubre de 1974

Pero si este trabajo tiene en la campiña sabor de rústico festival, con tráfago y bulla alegre por los caminos polvorientos, en los pueblos hay como un reguero de pastoso dulzor en tomo a las bodegas, donde se realiza -para muchas zonas vinícolas claro está, se realizaba- la apresurada y nerviosa extracción del zumo en los lagares por hombres que saltan, desnudos sus pies, sobre las uvas, estrujándolas. Es como si esta operación constituyera un desvaído fleco de aquellas danzas paganas, henchidas de euforia y lúbrico temblor, coronadas de hojas y pámpanos, como homenaje a Baco, rolliza deidad de rostro jovial encendido por el vino, del que era gustador y divino protector. Y no sabemos si modernamente las continuas, las trituradoras y las prensas producen con su infernal estruendo un nuevo compás de bacantes jubilosas y un tantico beodas, mostrando su báquíco fervor. Pudiera ser, y entonces tendrán los poetas que seguir con anacreónticas letras ensalzando esta mecánica elaboración.

Una linfa espesa, dorada y dulce como la miel o roja como la sangre, en una variedad organoléptica que bien pudiera tener su añeja historia en los cantos virgilianos de las "Geórgicas" , va deslizándose hasta los ámbitos en que, a borbollones, con un sordo rumor, se trocará en licor que caldee las entrañas y se haga chispa alegre en el corazón. Porque si algo tiene la gracia de alterar el ritmo humano y de ahogar el humor contrariado, es el vino, que se hizo precisamente "para aIegría de los hombres", según sabio dictamen del Eclesiastés, aunque, eso sí, cuando sea "bebido a tiempo y con sobriedad".

 Y no hay que ser necesariamente un inveterado consumidor de morapio para explayar un elogio del vino, que en verdad tiene, como pocas inventadas sorpresas del hombre, un rancio y brillante expediente de nobleza. Pues así como del Génesis a las Evangelios las páginas bíblicas hacen constantes alusiones al vino, ora en sentido concreto, sustancial, ora en términos de poético y aun taumatúrgico símbolo, toda una larga teoría de ponderación literarias nos hablan de la humana estimación que ha suscitado en todos los tiempos. Desde el severísimo Y austero Catón, al curioso y ávido padre Feijoo, todas las sentencias y apreciaciones, cometidos y metáforas, le ponen en una cima de elogios inaccesible. Sí, el vino es todo eso. Es sangre nueva que se introduce fogosa, en las venas. O sol que ilumina la oscura interioridad del ente; chispa en la inteligencia, sonrisa de optimismo en los labios, caloren el cuerpo descaecido. El vino ahoga al hombre tétrico y le revive y renueva con trinos de alegres sugerencias; le hace cordial en el trato, feliz en los recursos de ingenio, expedito de palabra, decidido en la negociación comercial, apasionado en el susurro de amor, valeroso, en fin, en las mil heroicidades que ha de realizar cada día. Por eso, como mediador insuperable en las mesas en que de algún modo se debaten los hombres, veremos la líquida presencia del vino; del vino colar topacio, del vino color amatista, del vino color rubí, pues en cuanto a su coloración hay que recurrir a las piedras preciosas, tan puras, tan transparentes, tan rutilantes, aunque en el comercio netamente se denominen blancos, tintos. rosados, acaso claretes o, como decían los buenos hablistas de este último, vinillo aloque o calabriada.

Se ha bebido siempre en España buen vino. La base de que el vino sea bueno empieza, lógicamente, en que la uva lo sea también. En este sentido, la Naturaleza, que ha negado bastantes cosas del buen tempero a España, le ha dado sol y gracia suficientes para criar excelentes especies y calidades de uva. El terreno, de predominante naturaleza. calcárea, albariza, de índole suelta, pedregosa, silícea, es apto para la vid, y es fino, ardiente, con grados el vino que se obtiene de su fruto. "El sílex,-dice Columela- es amigo de las viñas". Los extranjeros han gustado siempre de los vinillos españoles. A Francisco Mª Arouet, poeta, novelista, dramaturgo, filósofo francés, le placía mucho el vino de nuestro país; a Francisco Maria, es decir, el satírico, el contradictorio, el terrible "Voltaire", le enviaba buenos vinos españoles el conde de Aranda, y para Azorín, según nos dice en deliciosa. estampa literaria, este personaje, viejo, viejecito, llegó a la prolongada senectud gracias a nuestros tonificantes caldos. Y los ingleses -como tantas gentes europeas- sienten predilección por los vinos españoles, tanto que en la actualidad su consumo es creciente, abundante, y se toma -su consumo- como un signo del alto nivel de vida a que ha llegado la sociedad inglesa.

Vinitos españoles, translucientes, iluminados, espumosos; vinitos límpidos, francos, vivaces; vinitos que se escancian cuidadosamente, en fina cristalería, sobre nítido mantel en los banquetes diplomáticos, en las comidas íntimas, aristocráticas; vinillos para el copeo, consumidos alegremente en las tabernitas de pueblo, en los bares ciudadanos, en los alborozados ambientes de las fiestas locales, entre olés y palmas de juerga flamenca; morapio espeso, caldeado, que se trasiega de una bota, que corre de mano en mano en los cosos taurinos o en las romerías tradicionales; vino peleón, en una mesita baja, de madera sin pintar, en la que acaso hay, junto a la rubia hogaza de pan, un tazón blanco henchido de olivas, entre cuyo verde cetrino resaltan vivamente unas bermejas rajitas de pimiento; mesita en tomo a la cual hay unos niños, una mujer y un hombre de chaqueta ajada, con un rotito en los codos y que bebe, con gustoso paladeo, de una oscura botella. Vinos que son símbolo y delicia de tantas cosas: afán gozoso del que trabaja, aperitivo para el enfermo, señal de amistad, cita para el negocio, para el amor; imagen de la alegría, rasgo de generosidad, acto de cortesía, golpe de efecto diplomático, Sangre Mística del Señor tras de la transubstanciación del sacrificio litúrgico. Vinillos ásperos, secos, dulces, vinillos generosos, vinitos de España. 

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Fernando Pérez Marqués