ENTRE LAS VIEJAS COSAS

ENTRE LAS VIEJAS COSAS
Diario  ABC, 28 de Septiembre de 1979

¿No habéis vuelto a recorrer alguna  vez. al cabo de veinte, de treinta, de cuarenta años, las estancias que correteasteis en vuestra niñez? Os aseguro que una emoción profunda teñida de una suave, de una dulce nostalgia, embarga el espíritu.

Vosotros. si habéis entrado ya en la edad madura y estáis tal vez un tanto embarnecidos o un poco pálidos y desguarnecidos de aquella  recia y abundosa cabellera antigua, o que acaso os sentís un poco cansados, un poco envejecidos; vosotros que al presente os veis rodeados de hijos y que tenéis mucho andado por el mundo, os disponéis un día a penetrar en la casa que fue vuestra morada en la infancia. Están allí, en su quieta mudez,  las cosas y recovecos que os evocarán el pasado con una fuerte sensación de realidad: están allí las estancias tantas veces recordadas en el transcurso de vuestra existencia, las alcobas íntimas y recatadas,  las salas cuidadosamente aderezadas por manos femeninas, la amplia cocina con chimenea de campana de ancho revellín, los cuartucos recoletos, la despensa y las alacenas siempre cerradas y olorosas, los pasillos a los que dan unas puertas que emiten al abrir o al cerrar, ruiditos distintos, característicos, conocidos. Podríais reconstruir sin, titubeos,  con los ojos de la imaginación, la exacta  colocación que tuvieron los muebles en el pasado remoto: los cuadros, los objetos de adorno, la percha en que ponía vuestro padre sus efectos personales,  según fuera la época del año: el paraguas, el gabán de rico paño, el sombrero gris de invierno o el sombrero claro de jipijapa. Situaríais  en el sitio adecuado la maquinita de coser, aquella que al marchar llenaba la casa con un sonido rítmico,  acompasado; señalaríais el armario o la cómoda de amplios cajones herméticos y que os ofrecían una sugestión mucho mayor que todas las cosas que la vida ha ido poniendo después ante vosotros.

Tal vez por una de esas raras circunstancias que el destino ofrece ha estado la casa cerrada años y años y al entrar en penumbra ,con pasos desatentados han surgido las viejas sensaciones. Un olor espeso, de aire confinado,  os envuelve; bajo tenue capa de polvo depositada en las mesas, en las sillas, en los espejos, aún yacen dormidas, como en esas piezas arqueológicas reveladoras de palpitaciones antiguas que se descubren de vez en cuando en el subsuelo, las huellas de personas que con nosotros convivieron y que ahora, al hacer que la luz entre de nuevo en estos ámbitos, tornáis a la vida en un momento de fugaz y desvaído fingimiento. 

Ya esos cajones -cuyas llaves están al presente en vuestras manos-, no os  producen aquella impresión de indecible misterio; ahora, al revolver en las cosas que en ellos se guardan, experimentáis, no amargo desencanto,  sino una viva, una dulce y callada  melancolía. Aquello que vuestros mayores conservaban con tanto interés y celo no eran joyas ni preseas, no eran onzas de oro ni resguardos de préstamos y obligaciones; vuestros mayo res guardaban -¿no recordáis sus profundos suspiros, esos mismos suspiros, que tal vez deis ahora vosotros?- unas simples fotografías amarillentas, un manojito de cartas, una bolsa con útiles de fumador, quizá un rubio mechoncito de pelo. ..

Vosotros habéis ido tomando en vuestras manos !as viejas y amarillentas fotografías; en esas fotografías se ven caballeros de rostro barbado, solemne, venerable, y damas que tienen sus cabellos gentilmente dispuestos en moños pomposos. Un poquito anticuados, un , poco anacrónicos os resultan al presente los indumentos y el aspecto que ofrecen las fisonomías de todos estos señores. De cuando en cuando,  una cartulina con el retrato de un niño o con el de un grupo de niños, surge entre las viejas  imágenes,  y también al contemplarlas recibís la misma impresión de cosa extemporánea. Y de pronto os quedáis sorprendidos, absortos; en una de esas tarjetas de hace veinte, o treinta, o cuarenta años, estáis vosotros mismos. Miráis y remiráis la cartulina negra, la cartulinita de leve matiz siena, la cartulinita borrosa, desvaída, que os ha detenido en el tiempo. Y entonces ocurre algo asombroso, estupendo, algo que os hace sentir una emoción íntima, inesperada: aquella personilla -es decir, vosotros-, que era apenas ,un botón humano abierto a la vida, descubrís que se asemeja, como una gota de agua a otra gota de agua, a uno de vuestros hijos.

Y vosotros, ante este descubrimiento, permanecéis un momento quedos, meditabundos, pensando en que hay una corriente perdurable que une los seres; una corriente siempre igual y siempre nueva, que hace semejantes, solidarios a los espíritus.

Volver al listado

 

Secciones destacadas

Vida del autor

Obra del autor

Galería fotográfica

Fernando Pérez Marqués