LAS MANOS

Diario HOY, 8 de diciembre de 1962

Yo quiero dar cuenta a los lectores de  una indiscreción mía. Esta indiscreción la  he cometido al mirar, de un modo atento, persistente.. una mano. Si esta mano hubiera sido delicada, femenina de  largos y  puntiagudos dedos, con el remate combado de sonrosado nácar, no habría sido ciertamente una indiscreción, sino la cosa, más  natural del mundo. Todos hemos contemplado alguna vez la "gracia alada" de una  mano de mujer y acaso hemos percibido entre las nuestras su tibia tersura. Yo he  mirado ahora con curiosidad una mano tosca, grande, varonil, con dedos recios, agrietados, y he percibido en ella como un ligero temblor. Acostumbrada a rudas faenas, a estar aferrada al cabo del bieldo o  de la mancera, como si echara de menos  la apoyatura de la herramienta familiar, temblotea con indecisión de mariposa que  busca donde posarse. Y es tal su  textura  y su color, que en sus trabajos habrá momentos  en que no se sepa bien dónde acaba la naturaleza  inerte del árbol y dónde  comienza la extremada humanidad del hombre.

Esta mano ha. realizado ahora, ante mí, testigo inopinado del ademán, una  cosa suave, tierna, delicadamente expresiva; es una  mano dura, que tiene incrustada en las  profundidades de sus grietas la arcilla del  terruño, ha hecho una caricia amorosísima, posándose levemente sobre la cabecita de una niña rubia. Un momento, entre los dedos nudosos como raíces, las áureas guedejas han flotado como hilillos de oro, frágiles, sutiles. En la mano hemos visto una pausa, un temor de que el rigor de su aspereza lastimase a la diminuta y feble criatura, y bien demás está que ningún orfebre tome nunca sus joyas con más esmerada posesión que ella lo ha hecho.

Y es que hasta las manos bajan los sentimientos para que ellas los expresen. Los pintores, sobre todo, saben bien de esto, y para dar vida a sus lienzos, junto a la expresión de los ojos y  del gesto, cuidan el lenguaje de las manos. Manos en actitud de placidez de la Gioconda; en majestuosa potestad, de Isabel de Borbón, la "primorosa flor de lis"; las manos pintadas por "El Greco", en cada una de las cuales Marañón encontraba una profunda lección, desde el "misterio sobre el corazón"  de "El caballero de la mano al pecho", con tanto rigor académico y humano pintada, hasta la "naturalidad ante el milagro", del "Entierro del Conde de Orgaz", hay toda una antología de gráficas expresiones. 

En las oscuras mansiones troglodíticas, los incipientes artistas estamparon con el ocre de sus pinturas muchas manos sueltas, como anticipo de esos "estudios" de limitada anatomía que casi todos los pintores tienen en su acervo  pictórico. Quizás ello fuera así porque la mímica primigenia, elemental, radica en las manos. Mano abierta, con la palma hacia abajo, para afirmar solemnemente, acaso como rúbrica a un juramento hecho sobre los Santo Evangelios; mano con la palma hacia arriba, un poco doblegada por la necesidad, que pordiosea; mano que bendice o que increpa; mano que se extiende en prueba de amistad, o que se crispa en señal de odio. En este sentido, ciertas concepciones políticas reflejan con la elección del saludo su íntimo fondo ideológico.

Y si nos adentráramos por el intrincado lenguaje  figurado, a manos llenas  encontraríamos locuciones cuya idea medular radica, precisamente en ese vocablo; frases coloristas, expresivas, vibrantes, que esmaltan la conversación de imágenes a la par populares y elegantes. los novelistas tienen que aludir, casi inevitablemente a ellas, como sujeto preeminente del ademán y muchas veces como simple motivo de belleza femenina, con un erotismo suave y galante. En Valle-Inclán, escritor de una retórica muy esmerada, las manos son pálidas, diáfanas, llegando su refinamiento a punto de acudir a términos rituales, sagrados, queriendo sin duda ungir la expresión de un aroma religioso : "¡ Manos diáfanas, como hostias...!".  En Azorín, escritor limpio, terso - limpio de pensamiento, terso de estilo - las manos de mujer son llenitas, carnosas, suaves, transparentes.

Para los poetas, tan sutiles, tan alquitarados en la elección de su temática, han sido las manos fuente constante de inspiración. Goy de Silva tiene una bellísima poesía a las manos de la Gioconda, "pálidas como flores de nardo", y tan atrayente como la enigmática sonrisa de Monna Lisa. Pero de toda una larga serie de loas  que pudiéramos aparvar espigando acá y allá, ninguna nos cautiva y emociona tanto como la que tiernamente dedica Rodríguez de León a sus manos, herramienta humilde y necesaria del propio quehacer.

... La mano tosca, grande, al levantarse pausada, morosamente, de la cabecita de la niña rubia, se habrá llevado enredada en los dedos grandotes la impresión de suave y tibia dulzura, en tanto que en el alma de la nena acaso quede la sensación de que en ella - en la mano grande, en la mano tosca . hay un delicadísimo hontanar de ternura.

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Fernando Pérez Marqués