NOTAS SOBRE FERNANDO PEREZ MARQUÉS

Miguel Ángel Melón
(CONGRESO MANUEL GODOY Y SU TIEMPO, MÉRIDA 2003)

 En 1967, al celebrarse el segundo centenario de su nacimiento, la erudición regional realiza el mayor despliegue conocido hasta entonces en el proceso de recuperación de Manuel Godoy. De la mano de la imagen de valedor de la Ilustración española plasmada en el libro de Richard Herr, España y la revolución del siglo XVIII, publicado en 1964 en castellano, así como por la notable influencia del sugerente estudio introductorio de C. Seco Serrano a la edición de las Memorias, en 1965, se acomete la necesaria revisión que Rodríguez-Moñino había sugerido del “caso Godoy”. Corresponde a la Revista de Estudios Extremeños la tarea de plasmar en un número monográfico los artículos dedicados a Godoy por M. Muñoz de San Pedro, T. Rabanal Brito, A. Guerra, E. Segura Otaño, destacando entre todos y mereciendo un comentario aparte, por múltiples razones, el trabajo del maestro nacional Fernando Pérez Marqués, “Notas en torno a Manuel Godoy” (1).

Llama la atención su artículo por ser uno de esos trabajos que transmiten erudición y solvencia; por estar redactado sin agobios de tiempo ni dar paso a las prisas ni a las pausas; por contener elevadas dosis de reflexión y un cúmulo de lecturas traducido en un esquema contundente en que nada se deja al azar hasta conseguir plasmarlo con prosa excepcional, de estilo preciosista, que lo convierte en una de esas raras joyas que a veces salpican la historiografía regional y sirven de ejemplo para demostrar que en los años del franquismo, aun contando con las limitaciones que la ideología dominante imponía, hubo por parte de algunos guardianes de la historia regional otras apuestas más dinámicas, de mucha mayor fuerza, altura y solvencia de las que a menudo se consideran, incluso aceptando el fuerte componente de sentimiento localista y de tradición que la acompaña en este caso. 

Siguiendo la estela de los planteamientos de R. Herr y C. Seco Serrano, el Manuel Godoy de F. Pérez se opone con argumentos al despiadado y depravado retrato que H. R. Madol plasmara en Godoy (Madrid, 1966), en un ejercicio donde “la investigación atenta, la actitud rigurosamente crítica, esto es, no apasionada, clarificadas las fuentes de la Historia, nos van ofreciendo con nitidez la figura de Godoy, ya sin el lodo inevitable de las aguas turbulentas. Más humana su faz, y como tal con adusteces y afabilidades, con ceños y sonrisas. Claroscuros de grandezas y miserias; no monstruo de iniquidades”. La historia de Godoy aparece repleta de folletos, libelos, memorias y artículos que echaron sobre sus hombros toda clase de responsabilidades y escándalos, tanto reales como inventados y donde las voluntades aduladoras hacia el valido se tornaron, incluso en su ciudad natal, en agudas lanzas dirigidas contra el “ángel caído” evocado por Larra. 

     Para conseguirlo, recurre al análisis de los elementos que desde su Extremadura natal acompañaron la formación del futuro Príncipe de la Paz: una ciudad, Badajoz, entre guerrera y religiosa, marcada por incontables sitios y por su condición de baluarte fronterizo y adelantado, “punta de lanza o broquel de la patria, frente a Portugal”; una Extremadura empeñada en continuos pleitos con el Honrado Concejo de la Mesta y que Godoy resuelve con su célebre Real Decreto de 1793, auténtica reforma agraria y de mayor calado que todas las promovidas durante el reinado de Carlos III; su formación en Badajoz y en el Madrid de finales del Antiguo Régimen, en la equitación y en la esgrima, en el conocimiento de las matemáticas y de las lenguas clásicas, del francés y del italiano, a manos de ilustres preceptores, entre los que sobresalió el obispo Mateo Delgado.

Le siguen los años del Madrid cortesano al que, cumplidos los dicecisiete, llega Godoy y es admitido en la guardia de Corps de Carlos III: “talle perfecto, maneras finas, de cumplido caballero; diestro en cabalgar, pronto el ingenio, hábilmente cultivado, pues ¿van a la zaga los provincianos con saberes, a los cortesanos que disipen sus dones en pasatiempos vanos?”. Una hábil dialéctica, unida a una no menos gentil cortesanía son bazas fuertes que le predisponen para enfrentarse a la explicación de lo más repudiado de su carrera, el “origen de su encumbramiento”. Los motivos últimos de alcoba que promovieron su ascenso y F. Pérez deja abiertos, puesto que no sería el único que por tales méritos, de ser ciertos, hubiera conseguido su elevación hasta las cimas de un poder sin límites. Godoy es uno más de los muchos que por entonces explotaban a fondo sus cualidades para escalar en la esfera política de un Madrid convulso, asustado por los ecos de la Revolución francesa, repleto de intrigas y desasosiegos, donde lo de menos era el coste final de unas desastrosas carreras que estaban dispuestas a llevarse por delante cuanto encontraban a su paso y no encajaba en las estrategias y los fines perseguidos por sus promotores. Una política internacional donde, contrariamente a lo sostenido por otros autores, Pérez Marqués no advierte vacilaciones ni mediocridad en lo principal de sus decisiones, sino la envenenada herencia que ante las amenazas del peligro revolucionario sus predecesores, Floridablanca, primero, y Aranda después, no habían conseguido solventar  (2) . 

Hábil en el empleo de los recursos del lenguaje, Pérez Marqués, sin nombrarlo, deja constancia de uno de sus más sonados errores, Trafalgar, aludiendo sólo la “aniquilación definitiva del poderío naval de España”. Sus arriesgadas apuestas en el escenario de la política internacional frente a las grandes potencias europeas de Inglaterra y Francia, y un enfrentamiento con Portugal, en “aquella breve y casi romántica guerra hispanoportuguesa, de incluso bonito nombre: “Guerra de las Naranjas”. En su repaso al conflicto aprovecha para defender abiertamente la españolidad del enclave de Olivenza, sin ninguna clase de diplomacia ni ambigüedad al respecto, “que nació castellano, leonés, pero hoy ya, nuestro Godoy con su firma, hecho pieza esencial del joyel extremeño, del territorio español”, y “bella, industriosa, españolísima ciudad” tras la firma del Tratado de Badajoz de 1801. 

Un repaso a “los enemigos del extremeño, crecidos y poderosos, descubre las sombras intrigantes de una “camarilla” palaciega incubadora de regias rebeldías dentro de los propios alcázares, y “partido fernandino”, “opinión pública hábilmente orientada”, consiguieron a la postre la caída de Godoy y su largo peregrinar a la búsqueda de un lugar más objetivo en la Historia. Por último, deja constancia de todos sus logros ilustrados, otorgando una especial significación, como profesional de la enseñanza que era Pérez Marqués, a sus desvelos por la Enseñanza Primaria, al igual que a su preocupación por sacar los cementerios extramuros de los núcleos. Acompaña la parte final de su investigación un juicio de Manuel Godoy, “personaje de una mente y un espíritu nada vulgar, cultivado en un molde de ciencias y letras de honorable holgura, para una anticipada aptitud de elevado mandato. Y algo liberal y progresista, con lo que se atrajo, por supuesto, la enemiga de influyentes sectores”. Juicios que, tras la celebración científica dedicada al universal personaje, no han hecho sino adquirir mayor consistencia. 

Rápida como su encumbramiento lo sería también su caída, “en una sola noche, al alcance de la mano la primavera de 1808 y llenos de perfume los umbrosos jardines reales, se eclipsó para siempre la rutilante, cegadora estrella de Manuel Godoy”. En síntesis, “brillante carrera la de Manuel Godoy, desde el Cuerpo de guardias de Corps hasta la Secretaría de Estado –primer Ministro, Ministro favorito- y Príncipe de la Paz. Acopio de cargos, títulos y honores; innegable. Ambición, afán de poder, no hay duda. Como los otros, como los que estaban o deseaban llegar; pero sin suerte. O sin inteligencia. Nobleza que se gana; no que se hereda. Eso es todo”. 

Concluyo. Al preparar esta pequeña intervención he releído el artículo de Fernando Pérez Marqués que la ha motivado y, desde la perspectiva que va dando el tiempo, mantengo cuanto escribí entonces y recupero ahora. En tiempos sombríos para el conocimiento de cuanto no encajara en los esquemas de un positivismo marcado por la preferencia hacia los temas que engrandecieran el pasado del discurrir patrio, la reivindicación de una figura incómoda como era Godoy adquiere la condición de mérito no pequeño que ha de incluirse en el bagaje del solvente historiador que en esta ocasión demostró ser Fernando Pérez Marqués. 

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