Nuevo hallazgo: artículo “Preludio de feria”
Publicado en la Revista de Feria de Santa Marta de los Barros en 1958, se ha localizado un ejemplar a través de la plataforma Walapop.
Quién vio y compró la revista fue Carmen Olivera, compañera y esposa de Juan José (hijo de Pérez Marqués), excelente oteadora de libros y documentos interesantes. Cuando la localizó, tratándose de la feria de un pueblo para ella querido y frecuentado, la compró “on line” sin imaginar la sorpresa que le iba a deparar esa adquisición: encontrar uno de los artículos que no están en el archivo familiar de obras y escritos de Fernando Pérez Marqués.
Gracias a Carmen podemos exponerlo en la web de nuestro escritor.
Preludio de Feria
No sé si sabremos descubrir lo que el director quiere; no sé podremos captar el «ambiente peculiar que antecede a toda feria en los pueblos». No sé, no sé. Ahora, en este momento, partimos hacia una de ellas. En la parada de autobuses hay un gran gentío; el ajetreo es enorme; las voces, los gritos, las advertencias, aturden el ambiente. Nosotros esquivamos las cestas, las maletas y los bultos que entorpecen el paso para llegar a la portezuela del coche. Al fin, tras no pocos esfuerzos, ocupamos un asiento; en torno nuestro sigue la algarabía. Algunos viajeros conversan con personas que permanecen apeadas; se despiden, reciben encargos.
-Los paquetes, ten cuidado- previenen a un chico.
-En cuanto termine la feria, te vienes - indican a la jovenzuela que se rebulle nerviosa y alegre en su asiento.
Observamos los compañeros de viaje. Hay un hombre recio, colorado, que viste pantalón negro y larga blusa de dril de amplios bolsillos profundos; se toca con una boina; entre sus manos mantiene un bastón con contera de porra. Tiene una enorme cartera desvaída, repleta de papeles, ceñida por una goma. In mente le encasillamos una profesión: Es un tratante. Su cartera, su grande cartera, su cartera abultada, la hemos visto cuando ha extraído de ella el billete de ruta. Entonces, en ese momento, al tomarlo en sus manos para taladrarlo, el revisor del coche ha dicho un poco admirado: «Hoy son todos los viajeros para el mismo pueblo». Y al llegar hemos visto que en efecto el autobús quedaba casi vacío, que la mayor parte de sus ocupantes se han arrojado en medio de un torbellino de personas que los abraza, que estrechan sus manos. A nosotros al saludarnos, nos ha preguntado: «Qué ¿a pasar la feria?». Y han sido dos, tres, varias las personas que han puesto estas o parecidas palabras en sus labios.
Al transitar una calle, a la puerta de una casa, hay un señor. Este señor es amigo nuestro, amigo cordial, y lo hemos saludado. «Traerán mucho calor- nos han dicho- pasen ustedes a refrescar». Y hemos parado. Ya dentro, en la suave penumbra de la estancia, cómodamente repantingados en una butaca de mimbre, hablamos -¿se puede hablar de otra cosa en estos días que anteceden a la feria?- de los acontecimientos festeros que se esperan. La animación es grande; grande para el rodeo, para los divertimientos. Habrá circo, teatro, orquestas, cabalgatas y amenidades. Habrá su cachito de fiesta taurina, habrá becerrada… A la casa han traído un programa.
-Marta- ha dicho el señor de la casa a su esposa-, por ahí debe estar el programa de los «toros»; dámelo.
Tan, tan, tan - llaman golpeando en la puerta. Se trata de un mozo de equipajes con un encargo que remiten de la capital. Es un vestido para la hija de los dueños de la casa.
-Verá usted -nos dice- qué contenta se pone. Y llaman a grandes voces. ¡María de Gracia, María de Gracia, han traído el encargo de la modista!...
En el leve compás de espera vemos vagar una sonrisa de fruición en los rostros de los deudos amantes y enseguida, después de escuchar unos pasos precipitados, ligeros, irrumpe en la sala una joven lindísima que nos ha saludado comedidamente y se ha puesto a extraer el contenido del paquete que han traído de fuera. De su interior ha surgido un elegante vestido rosa de una tímida línea «hechura saco»; la niña lo ha desplegado cuidadosamente, lo ha elevado hasta sus hombros con sus gordezuelas manos blancas, sobreponiéndolo, en prueba imaginaria, a su talle gentil; la cara se le ha iluminado de satisfacción y, regocijada por no sabemos qué recóndita idea, ha hecho un rápido y donoso molinete de alegría… Entonces, recordando nuestra presencia, ha sentido rubor de haber dejado traslucir ante nosotros, extraños a su intimidad, tan confiada y graciosamente su entusiasmo.
Al salir de la vivienda de estos amigos, hemos tenido que descender, de trecho en trecho, de las aceras, obstruidas por utensilios de aseo. El vecindario se afana enjalbegando las casas, que mostrarán, blancos, nítidos, sus exteriores. Y es que todo lo que vemos, oímos y observamos, se relaciona con la feria, haciéndonos pensar que éste es un acontecimiento local trascendente hacia el que están referidos muchos trabajos, muchos anhelos, muchas ilusiones.
Fernando Pérez Marqués