CULTIVADOS CAMPOS

CULTIVADOS CAMPOS
Diario HOY, 14 de mayo de 1969

Sentimos predilección por el campo, por el campo en cuanto a espacio abierto para gustar múltiples sensaciones y como área en que se produce un bucólico, un duro y noble laborar. Hay siempre en el campo - en cualquier retazo de campo - una quieta y paciente posibilidad de paisaje, y esto es de expresión estética, que es la visión que de la naturaleza tenemos  desde una íntima posición de arte. Si esta impresión la sentimos y hacemos de ella traslado, mediante la retórica o el pincel, tenemos la descripción literaria o el lienzo pictórico. Llegar a esta, ya se sabe, ha sido un largo caminar del hombre, del artista, desde la remota antigüedad al compás de otras conquistas humanas; elementales rasgos y notas, alusiones, fondo accesorio de figuras y acciones, hasta que el pintor o el literato han hecho del panorama motivo esencial, predominante, de su obra creadora. El conocimiento de todo esto quizás sea lo que ahora nos impulsa a ver en la campiña, además del campo puro y simple, de tierra prometedora y fecunda, un incoercible paisaje.

Sobre esta gestación artística de la naturaleza en nuestra propia visión, ha escrito páginas definitivas la exquisita sensibilidad de "Azorín".  Sí "el paisaje somos nosotros; el paisaje es nuestro espíritu", pero aunque la panorámica que haya en cada momento ante nosotros produzca una íntima elaboración, acorde con nuestra formación espiritual, con nuesstra sensibilidad y aun nuestro estado de ánimo, no hay duda de que existen paradigmas artísticos proyecciones clásicas que traemos de vez a colación cuando decimos, por ejemplo, a la vista de un lugar umbroso, "he aquí un paisaje de Gil y Carrasco"; o ante la austeridad de una llanura desolada de la meseta castellana, "ahí está la realidad literaria del maestro  "Azorín". Como recreamos el humilde y silente campo extremeño de Ortega Muñoz, o la sonrosada plétora, de alto cielo esclarecido, de un cuadro de Adelardo Covarsí.

Las comarcas de la Serena y la Siberia extremeña han tenido sus cantores en Antonio Reyes Huertas y Eusebio García Luengo, así como hay un bello y profundo ensayo del paisaje extremeño en sentido genérico, ontológico, con firmes pinceladas de localización escrito por Manuel Terrón Albarrán. Paisaje vasto, con la silueta desvaída, levemente zarca, de una montaña lejana. Acá y allá, anchos cuadros de olivares y viñedos alternando con las hazas de pan llevar, y de cuando en cuando la espesura bronca, verdinegra, del encinar. ¿Hay, quizás, la blanquecina estructura del alcornocal, achocolatado si está recién efectuado el descorche?. Y ¿no hay también de trecho en trecho la suave presencia de unos cerros mondos y lirondos, en donde pastorean unas briznas las arcádica ovejas?.

Pero estas tierras extremeñas dan, sobre todo, una fuerte impresión de esmero; trabajo inteligente, cuidadoso, tesonero, para ofrecer, tal un jardín, los predios sin matojos, sin una ociosa yerbecilla. Porque aquí la agricultura es afín a cultura, como debe ser. A cultura campesina, que es estar al día en los cultivos, en las labores, en los fertilizantes, en la técnica. No se descuidan nuestros hombres. Presentan se área de trabajo en línea fiel a las normas más adelantadas; se preocupan, inquieren, leen. Y si acaso vemos todavía alguna negligencia o fallo profesional es, quizás porque no se ha sabido o podido prestarles ayuda para su capacitación o desarrollo. 

Hace poco se suscitó una polémica en torno al agricultor y su formación profesional. Se reprochaba en un trabajo la proliferación de entidades que, con más o menos eficacia, realizan actividades de enseñanza, de preparación del campesino. La diversidad engendra disparidad, falta de empuje, de eficacia. Salió al paso la sección de formación del Ministerio de Agricultura; hay coordinación, subordinación a ciertas normas. No sé, no sé. Lo importante es que todo llegue, ancha, generosamente al agricultor deseoso de perfeccionamiento.

Porque  ¿no sabéis?, este ansia, pese a lo que pudiera creerse es remota, antigua. Ahora lo veréis. Aquí a mano tengo un libro. Está editado en Madrid, en 1824. Es un libro clásico, que todos lo conoceréis; lo escribió en latín Lucio Junio Moderato Columela: "De agricultura". Leer sus páginas es de una amenidad extraordinaria, es meterse en la entraña de todo ese complicado mundo de la vida campesina, es conocer el riesgo y ventura del ente vegetal ennoblecido por el trabajo del hombre. Alguien nos ha precedido en su lectura y yo deduzco por la circunstancias que han traído esta obra a mi biblioteca, que sería un agricultor de nuestra tierra. En los márgenes, ya con tinta borrosa, desvaída, y el uso de las típicas abreviaturas de otros tiempos, hay unas notas reveladoras de la atención, del interés, del amor con que fueron leídas estas páginas :"Son más pequeñas que mis hoyas". "Los míos son siete pies en cuatro". "Yo los lleno...".

¿No percibís en estas anotaciones, la íntima, preocupación, el vivo amor que por la tarea sienten estos labriegos  y que hace que nuestros campos estén meticulosamente cultivados?. Y, ¿sabemos nosotros comprender todo el esfuerzo, todo el sacrificio, toda la serenidad estoica que ellos ponen para que nuestra campiña sea, además de paisaje, tierra prometedora y fecunda?.

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Fernando Pérez Marqués