FERNANDO PÉREZ MARQUÉS MAESTRO

Augusto Rebollo
29 de abril de 2004

La gentil Isabel María descargó en mi la responsabilidad de ofrecer a ustedes la ejemplar personalidad de Fernando Pérez Marqués como maestro, tarea que acepté sin el más mínimo reparo pues, de entre los miembros de la junta directiva de esta Real Sociedad, el único que compartió colegio y alumnado con el homenajeado fui yo.

Poco aficionado a las fechas, recuerdo no obstante este dato significativo: fueron once los años en que ambos ejercimos la docencia en el Colegio Público San Pedro de Alcántara de esta ciudad, desde 1967 hasta 1978, en que pasé al también C. P. Luis de Morales, sin que, por ello, sufriera menoscabo nuestra amistad.

Muchas fueron las vivencias compartidas, los problemas comunes a los que hicimos frente, los exiguos medios materiales de que dispusimos y, sobre todo, grande la camaraderia y el compañerismo, los gozos y las sombras, la comunicación enriquecedora en suma. Fernando siempre estaba abierto al diálogo y bastaba iniciar un tema para que él participara aportando cordura, mesura y buena dosis de peso específico.

El marco en que desenvolvíamos nuestra actividad docente era, ya lo hemos dicho, el Colegio San Pedro de Alcántara enmarcado en el entrañable Badajoz intra muros, antiguo convento de agustinos, con alumnado que bajada desde la Plaza Alta y sus aledaños o subía desde la puerta de Palmas, haciendo escala en la calle del Río e incluso llegando hasta la emblemática plazuela de la Soledad.

El colegio hoy dispone de edificio nuevo pero en el de entonces las clases se iluminaban con grandes ventanales que daban al claustro conventual de dos plantas, el bajo para niños y el alto para niñas, con entrada común por la calle Chapín. Estas aulas, de altas bóvedas conventuales, eran muy frías y apenas un mínimo brasero de picón podía mal calentar el ambiente. Poseían un a modo de estrado de madera sobre el que el maestro dominaba al alumnado, un generoso encerado, tiza sin límites, escaso número de libros y cuadernos y la palabra del maestro dominando el murmullo de la colmena en plena faena de trabajo eficiente.

Fernando, que siempre por decisión propia prefirió los cursos inferiores donde verdaderamente se puede valorar la acción del maestro, puso la base sólida en la formación del alumno, logrando que éste obtuviera unos cimentados conocimientos básicos y suficientes de ortografía , una buena letra legible y una lectura expresiva y comprensiva dignas. Tan era así que los alumnos que pasaron por su clase supieron comunicarse con propiedad en sus dos vertientes oral y escrita. Además proporcionaba una enseñanza equilibrada de números y letras, muy práctica para el género de vida que esperaba a aquellos muchachos destinados en su mayoría a trabajar de adultos en profesiones manuales.. Únase a su sentido práctico una alta calidad de su enseñanza, una sabia distribución del tiempo y una exquisita puntualidad. En suma, Fernando era un gran maestro, profesión a la que sirvió con dedicación ejemplar y en la que fue, sin duda, feliz, pues nunca se le oyó una queja, jamás tuvo un mal gesto profesional y nos ofreció una visión optimista de la escuela.

Resultaba placentero compartir con él recreos, pues, hombre de pocas palabras, armonizaba los silencios con una amena conversación, sabía escuchar y hablar con dosis equilibradas y con su siempre amable y respetuosa convivencia proporcionaba a su Semana de Extremadura en la Escuela trabajos que se vieron reflejados en los cuadernos escolares, en exposiciones, visitas, excursiones y un sinnúmero de actividades. Con Fernando a la cabeza de un grupo de maestros, preparamos una documentación sobre Extremadura que desde el I.C.E. enviamos a todos los colegios inscritos en la Semana como material de consulta.

También Fernando nos abrió las páginas de la magnífica y añorada revista Alminar, como miembro que era de su Consejo de Redacción con el objeto de divulgar entre el profesorado unas enriquecedoras inquietudes sobre el pasado y presente de nuestra Región.

Este que voy a comentar es un recuerdo nítido que conservo: no existían o no pudimos localizar mapas de la Región en aquellas estimulantes primeras ediciones de la Semana de Extremadura en la Escue)a y sólo encontramos mapas provinciales editados por las Diputaciones. Así que unimos los de las dos provincias mediante un habilidoso trabajo manual. El conjunto resultó algo extraño pues los colores de ambas partes eran distintos pero nos sirvieron muy bien para explicar a los alumnos la orografía, hidrografía, comunicaciones, ciudades extremeñas.

Pasemos página. Bien sé que los valores literarios de Fernando van a ser aquí y ahora destacados por personas que también 10 conocieron y leyeron. Pero algo debo yo decir, aunque sea pequeña la aportación. Y ello es que Fernando, con su docta conversación sobre libros ya la limón con Arsenio Muñoz de la Peña, otro ilustre maestro de San Pedro de Alcántara, lograron embarcarme en la inacabable aventura de la lectura. Yo, más joven y menos versado en e) arte de leer, me convertí en asiduo lector al asistir como convidado habitual a )as conversaciones que los dos mantenían sobre libros, a las constantes recomendaciones para que me enfrascara en talo cual autor, tal o cual obra. Arsenio era incansable defensor de Unamuno y Pío Baroja, Fernando admiraba los valores estilísticos de Azorín y Valle lnclán.. Y de la Generación del 98, pasamos a Torrente Ballester, Camilo José Cela, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, por citar algunos, en nuestra frenética carrera hacia el futuro, saltando a veces hacia atrás en acrobacia y metiéndonos en los terrenos resbaladizos de la Regenta de CIarín de la condesa de Pardo Bazán hasta llegar incluso al mismísimo Quevedo, al Quijote, de Avellaneda mezclándolos con Alejandro Casona, el Arcipreste de Hita y tantos y tantos escritores revueltos en el tiempo y en los géneros, pero con preferencia casi exclusiva de la lengua castellana. De los autores locales, nos complacía sobremanera José López Prudencio y su Bargueño de Saudades. 

Los dos amigos y compañeros, Fernando y Arsenio, se fueron sin hacer ruido y me dejaron solo ante el peligro de la lectura, a la que acabé siendo adicto, adicción de la que no he sabido ni querido salir.

Ambos amigos coincidieron en valorar una novela titulada La última cigüeña, publicada por la modesta colección Novelas y Cuentos en 1921 y de )a que era autor un navarro, profesor de nuestra Escuela Nont1a1, Félix Urabayen. La novelita en cuestión tenía por protagonista al irascible río Guadiana. Ninguno de los tres poseiamos la novela pero los tres la leimos por turno riguroso, la devolvimos a su dueño y nos quedamos con las ganas ejemplar entre Fernando y Arsenio, con varios compañeros del claustro del colegio como testigos fieles. Se efectuó el sorteo con toda formalidad y en medio de gran parafernalia preparada al efecto y el agraciado fue Fernando. 

Quiero dejar constancia también de mi agradecimiento a Fernando por haber aceptado primero visitar mi pueblo natal La Parra y después, conforme era mi segunda intención, haberlo incitado a que escribiese una de sus "Postales de andar extremeño" sobre mi pueblo. Estas "Postales", expresivas crónicas viajeras, fueron publicadas en el HOY y después recogidas en un hermoso volumen.

Para acabar esta intervención, volvamos al maestro. Del buen hacer de Fernando Pérez Marqués como maestro y compañero, quedó constancia en el alto concepto que de su profesionalidad tenía el claustro del colegio San Pedro de Alcántara pues en el interregno de vacante la dirección hasta tanto se cubría por oposición, la Inspección Provincial de Enseñanza ordenó que se celebrara una votación secreta para nombrar nuevo director. Y entre tanto compañero ilustre y por aplastante mayoría quedó elegido director Fernando, cargo que cumplió con ejemplar dedicación y eficacia, al mismo tiempo que continuaba regentando su clase y echaba sobre sus espaldas una carga añadida de difícil cumplimiento, pues el Colegio atravesó por una etapa de obras y las clases tuvieron que duplicarse.

Sin duda que Fernando Pérez Marqués merecía liI más avisado y avezado escribidor de su valiosa y polifacética personalidad como maestro, profesión a la que dedicó desvelos sin cuento, trabajos y días, esperanzas fundadas en la convicción interna del valor que en el futuro tiene la obra educativa. Sabía que su constancia no iba a caer en saco roto, aunque él no viera el abundante fruto de lo sembrado con tanto afecto.

Termino. A modo de definición de la personalidad del que fuera excelente y valorado maestro, bien puede aplicársele la que empleó el poeta Rubén Darío con el mínimo y dulce Francisco de Asís:

"El varón que tiene corazón de lis,

alma de querube, lengua celestial".

Muchas gracias, por la atención prestada.

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